Cuando tenía once años, me mudé de la enorme casota que quedaba situada entre las esquinas de Carmen y Mamey, a un apartamento entre las esquinas Horno Negro y Delicias. Fue entonces cuando vi por primera vez al Loco de Carretera. Pero nadie más lo veía, pues él se disfrazaba de invisibilidad para mantener su bajo perfil, y es que nunca le gustó la fama.
El loco pasaba seguido por el frente de la terraza de mi apartamento, acompañando a un señor calvo, con quién mantenía eternas charlas mientras se paseaban por sobre las aceras, y quién caminaba siempre con su mano izquierda en el bolsillo y su brazo derecho bamboleando en el aire. Al amigo del Loco le decían Pata e' Cloche, porque tenía un brincadito al caminar, ese brinco propio de los buitres y zamuros; y se movía siempre frenéticamente, a velocidad luz.
Los linderos de sus dominios eran el Mercado de Quinta Crespo y el Puente de San Francisquito y a lo largo y ancho de esas cuatro aceras, todo el mundo le conocía, pero nadie podía ver al Loco que siempre le acompañaba.
La gente le tenía tanto miedo que se apartaban de su camino, y es que todo el mundo creía que Pata e' Cloche era demente pues le veían hablando solo mientras caminaba.
Pero él nunca habló solo; hablaba con el Loco de Carretera; quién era invisible (¿recuerdan?)
Y el Loco se dió cuenta que yo sí podía verlo y me saludaba siempre, y una que otra vez me gritaba -Nos vemos en la senda-
Más tarde comenzó a hablar conmigo, pero nunca me dijo qué le pasó a su amigo de Quinta Crespo...
¿Qué habrá sido del señor Pata e' Cloche?
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