El perdón no beneficia al perdonado, si no al que perdona, pues  limpia su alma del lastre representado por recelos, resentimientos,  odios y deseos de venganza que envenenan las almas.
En ese  sentido, necesitar la petición de la otra persona para perdonar es una  condición altamente errónea, ¿qué hay de los difuntos?, ¿qué hay de los  ausentes?.
Los difuntos ya no pueden pedirnos perdón porque no están y lo más probable es que a los ausentes no los volvamos a ver.
No  puedo hablar por los demás así que hablo por mí, a mí nadie nunca me  pidió perdón por las marramuncias que me hicieran, y si hubiera tenido  que esperar dicha petición para perdonar, mi alma ya estaría muerta por  envenenamiento, yo sería nada más que un cuerpo vacío, sin nada adentro.  Y esto es así porque la Naturaleza no acepta el vacío, y donde falta el  perdón sobran los resentimientos, los recelos, los deseos de venganza,  odios, rabias, ira y cuanto agente tóxico pueda corroer el alma y  envenenar el espíritu.
Finalizo recordando que perdonar no significa olvidar si no poder recordar sin resentimientos.
Por eso, aunque la otra persona nunca se entere ni te pida perdón, tú perdona, te sentirás más livianito.
                                                
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